Gian Lorenzo Bernini: "Eneas, Anquises y Ascanio"

Gian Lorenzo Bernini: “Eneas, Anquises y Ascanio”

Mientras te afeito, los relieves de tu rostro nos devuelven al pasado, a los trayectos en coche para que el día de mañana, que llegó anteayer, tuviera un inglés comme il faut (hiciste lo que pudiste), una brazada decente o supiera cerrar el rebote, cosas que hacen la vida más liviana e interesante. Nunca te gustó conducir y no recuerdo un reproche por aquellos kilómetros extraordinarios. Te lavo el pelo por la mañana y hago lo mismo con el de tu nieta por la tarde, como si todo el sentido estuviera al alcance de los dedos, conservado en pequeños gestos cotidianos. El de arañar unas monedas cada domingo para que no faltara un cuento o un tebeo con el cual ensanchar la tarde, si es que era capaz de aguantar tanto. Las claves iniciales para disoñar un mapa que desembocaba primero en una biblioteca, y luego en multitud de refugios disfrazados de librería. La concienzuda forja de un lector.

Tumbado en la cama pequeña, escucho desde la habitación contigua tu ronquido calmo y en el techo se proyectan sombras de antiguas madrugadas. Recuerdo aquellas horas, cuando la noche pactaba una tregua corta con el verano y el viento arrastraba matices inesperados de frescor, el barrio se sacudía el ruido y parecía asomarse a respirar, las terrazas se poblaban de sombras semidesnudas que luchaban por mantener viva la caricia de la última ducha, de brasas de cigarrillo como tranquilas luciérnagas y de conversaciones suaves que dibujaban una playa desierta, un descenso del Madrid o un gerente atropellado. Aquellas noches llenas de esperanza traían ecos de una vida cercana que íbamos a alcanzar a poco que se lograra un aumento, se terminaran las letras, nos pusieran el Metro. Allí, a pesar de la incomodidad de los taburetes y el ataque de los mosquitos, viendo apagarse las últimas luces, el sueño era posible. La súbita certeza de un mundo distinto que comenzaba con una pantalla en blanco y terminaba bajo los párpados cerrados, ebrio de imágenes que me contabas despacio. Sin saberlo, quizás sin pretenderlo, me regalaste la emoción. Mucho antes de que el cine me descubriera atrapado en una butaca granate que perdía relleno, aquel Cinestudio Fantasio con programas semanales de tres películas a trescientas pesetas o aquel Garden de reestreno, ambos desaparecidos, ya traía pegada a la piel la colección de secuencias que quisiste dibujar en una terraza que ya no existe. Todo se desvanece. Pero tu silueta se recorta nítida contra las estrellas cuando me cuentas.

Las calles, con sus parques al sol y sus sidrerías de toda confianza, donde revivir historias y olvidar bufandas, se han alejado tan deprisa de nosotros que el movimiento natural básico de estas últimas semanas para los desplazamientos, es el abrazo. El diccionario dice que abrazar es comprender, contener, incluir. Quizás no hayamos sido un prodigio de cariño pero pienso que últimamente estamos volteando la balanza del afecto hacia el saldo favorable. Andamos enfrascados en una comprensión sin palabras, sin tiempo. Acompañar es sobre todo sostener. Por eso escapamos tan rápido del hospital: allí contaba tu riñón, tú solo eras el tipo que lo transportaba. Durante un par de días estuvimos excluídos de cualquier decisión. Y se trataba de tu tiempo. En casa es posible hacer piña en la cama sin que nadie nos interrumpa, juzgue o regañe. Las únicas constantes vitales son las caricias y no conocen horarios. Podemos escucharnos y podemos no decir nada. También contamos con nuestra propia tecnología punta, redonda y definitiva encarnada en la tortilla de patatas de mamá. Y está Nora, instalada en el ático analgésico, aún por definir. Demasiados incentivos. Para todo eso ha sido importante cómo te has asomado al final y de qué manera nos has invitado a caminar contigo. Desde el principio, supiste enfocar la lucha hacia lo que sí estaba en tu mano, tantas veces olvidamos el potente valor que requiere e implica la aceptación. El territorio desde el cual es posible ganar todas las batallas. Ha sido y es tiempo de devolver. Gracias a los maestros, pacientes, familiares y compañeros cuyo ejemplo ha hecho sencillas cuestiones complejas. Gracias a Sofía, que hizo posible que el mundo no dejara de girar mientras te morías. Gracias a mamá, cada minuto al pie de un cañón que disparaba cuidados. Nos hemos visto arropados por muchas personas queridas. Gracias. Siento que nos hemos dicho lo que debíamos, papá. Lo que importa.

Ricardo F. Cuadra, Equipo de Apoyo Cuidados Paliativos Mieres, Asturias

4 Comentarios

  1. Verónica Diez Diez

    Gracias por lo que has escrito, por recordarme lo importante de la vida. El camino final que habéis recorrido juntos en amor, te acompaña y reconforta siempre. Muchos besos

  2. Anabel Ramos Natal

    Lo siento mucho Ricardo…. Cuanta sensibilidad en tus palabras, cuanto cariño…
    Que descanso poder morir de esa manera…
    Te acompaño en el mas profundo sentimiento.
    Un abrazo

  3. María Luisa Díez Andrés

    No te conozco Ricardo, pero me reconozco en tus palabras
    Gracias
    Un abrazdo

  4. Sonia Laca

    Mi querido amigo cuanto amor en lo cotidiano que olvidamos y cuanta paz en la trascendencia que nos asusta por lo que parece de NADA…. tus palabras hablan de ABRAZO, RECUERDO INFINITO y trasforman la NADA en TODO. Tu Todo. Vuestro Todo.
    Mil besos desde el corazón. Una suerte tenerte como hijo, como pareja, como padre, como amigo.

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