Empezaré por el final

Vincent Van Gogh, “Noche estrellada sobre el Ródano”

El final es un coche que vuelve a casa, tarde. Alguien me dijo una vez que los de paliativos no tenemos horario. Suena Alone together o Someday after a while, según las ganas de cantar, a veces hasta donde alcance la garganta, como si fuera un homenaje. Se trata de llegar al mar, sin prisa, de dejarse mojar por la lluvia, de buscar refugio en una de esas librerías donde sirven café y cervezas, de esperar con suerte un abrazo de Nora y que todo se detenga y vuelva a empezar. Llevo cinco años, en el mejor trabajo del mundo.

Trabajar en los domicilios permite buscar claves silenciosas en la humedad de los portales, metáforas en ascensores desportillados, ausencias decisivas sobre el mantel del desayuno, corrientes de afecto en fotografías que susurran historias. En ocasiones, hasta permite encontrarlas. Pararse. Escuchar. Quedarse callado. Mirar. Los ojos y la piel son nuestro escáner. Conviene tenerlo bien calibrado. Mucho de ésto lo aprendimos en el máster y siempre que tengo oportunidad se lo agradezco a Antonio, conocido en ciertos ambientes como el doctor Pascual. Por el año que nos ensanchó la vida. También gracias a él y a unos cuantos más, hay personas en Asturias que se mueren en paz.

Las calles no son las calles, han cambiado definitivamente. Caminamos por una acera repleta de niños que van a la escuela y comerciantes que levantan el cierre con la esperanza de volver a hacerlo mañana. Pasamos frente a un local clausurado, de nombre premonitorio. Cine Esperanza. Las calles guardan la memoria de los pacientes que atendimos, llevan su nombre. Las calles son Maria Luisa, que repetía mi nombre y sonreía; Orfelina, tan parecida a mi tía Antonia, quien me asomó a la importancia de los relatos; Andrés, que nos mostró que es posible irse sereno; Rocío, llena de hermosa energía. Seiscientas familias. Un mapa del universo.

Sé que hay más verdad en una simple estantería que en cualquier informe del oncólogo. No es que los informes de Oncología estén plagados de mentiras, no todos al menos, pero hablan exhaustivamente de la enfermedad y apenas de la biografía, del individuo. Silvino cuenta que él es sus libros y sus canciones. Silvino es rockero, actuaba asiduamente con su grupo en Semana Negra y quien sabe si no compartimos el aire de alguna noche en condiciones poco favorables al recuerdo. Se murió ayer, para engrosar ese diez por ciento de pacientes que se supone que marchan sin avisar, y el porcentaje aún mayor, personal y pendiente de estudios, de los que lo hacen en domingo. Tenía cincuenta y un años y al menos una lectura pendiente.

Jesús dice “Yo antes era un arrogante” mientras pasa un tren junto a la ventana y durante un rato sólo valen las miradas. Nos sumergimos en ese fondo de bondad que siempre estuvo y que el cáncer ha reblandecido, compartimos el asombro de las lágrimas y nos dejamos inundar de agradecimiento y amor hacia Elisa, hacia su hijo Jesús, hacia todos. Nos enseña su colección de programas de cine, guarda ordenados por distribuidoras miles de ellos, ochenta años de películas y cines que ya no existen. Me regala algunos. Cada persona lo hace, nos regala un instante precioso, un pedazo de vida. Salgo, respiro y pienso en todos los compañeros que nos compadecen por la dureza de nuestra tarea; bastaría una conversación con Jesús, con tantos, para entender.

Son ellos los que nos ayudan. Nos enseñan. Nos muestran el camino.

Ahí nace, regresa, crece la idea de contar estas mañanas, compartirlas. Para que no se pierdan, aunque no se pierdan. Ahí dudo, también, abrumado por la tarea de atrapar una intimidad para la cual las palabras parecen insuficientes, el relato se dispersa y no, no era ésto, no fue así. Miedo a no llegar, a pasarme.

Hoy gracias a vuestra invitación, me animé a equivocarme.

Ricardo F. Cuadra, Equipo de Apoyo Cuidados Paliativos Mieres, Asturias

2 Comentarios

  1. Mª Luisa Díez

    Me he emocionado profundamente leyendo este relato.
    No te has equivocado en absoluto.
    Muchas gracias

  2. Hilda Girón Gálvez

    Que afortunados nos sentimos de tener un gran profesional y no menos poeta entre nosotros. Animo a seguir con tus reflexiones. Es una gran lección para todos los que tenemos la suerte de trabajar en ello.
    Gracias Ricardo y abrazos!

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