Entrar en una librería para mi es como adentrarme en un bosque . Recorro los libros al igual que lo hago   por los  recovecos y senderos que nos ofrecen los árboles. El olor, su disposición, los colores me atraen de una manera casi visceral.  Me dejo arrastrar por esa suerte de canto de sirenas,  mirando portadas, contraportadas,  curioseando su interior. Si la librería es pequeña, acogedora y el dueño te aconseja,  entonces el bosque se convierte en una especie de jardín del edén lleno de tentaciones,  en las que caigo muy gustosamente  sin ningún tipo de arrepentimiento.  Suelo salir entusiasmada  con varios libros,  que a veces empiezo a leer  por la calle antes de llegar a casa. No sé por qué elijo un libro y no otro, creo que es pura intuición, como una especie de llamada, de imán. Y los que así caen en mis manos no suelen fallar, son los mejores.

La trenza de Laetitia Colombani, acaba de llegar a mi vida de esta manera. Al primer vistazo lo cogí,  vi la portada, leí la contraportada y con esto tuve suficiente, sabía que me iba a gustar.

Gustar es poco, me ha cautivado y emocionado como hacía mucho tiempo que no me pasaba con un libro. Se ha convertido en lo que yo llamo un libro / tesoro  para toda la vida.

En La trenza,  tres  mujeres nos dan una maravillosa lección de vida. Mujeres  de diferentes continentes que nunca se conocerán,  protagonizan sus propias vidas aisladas una de las otras,   pero  en la adversidad  en momentos críticos  unos hilos invisibles las unirán  y crean una red salvadora para las tres.

El libro tiene cientos de posibles lecturas. No soy ninguna experta en literatura sólo  puedo hablar desde la emoción que me generan las bellas historias con las palabras precisas. Es desde ese lugar desde el que me atrevo a recomendar este libro,   dejarse llevar por sus páginas, sentir esa sed de llegar al final y a la vez no querer que se acabe.

Permitidme compartir algunas de las reflexiones que más he ha hecho pensar.  Sarah, una de las protagonistas está enferma, pasa por una durísima situación como tantos de mis pacientes, todo se tambalea todo parece derrumbarse a su alrededor, pero en mitad de ese desastre surge en ella una fuerza interior   que le empuja a dar un giro de timón. Afronta su enfermedad, no la  esquiva, acepta el cáncer “como un suceso en su vida” , y Sarah se transforma.

Las personas enfermas  adquieren nuevos sentidos más allá del gusto, el olfato, la vista, el tacto y el oído. Son capaces de percibir sensaciones diferentes a las habituales. Lo vivo con mucha frecuencia al lado de mis pacientes, me admiro y conmuevo perpleja sin poder dar una explicación científica y realmente tampoco me hace falta. Vivirlo es un regalo que me otorga mi trabajo.

Conectan con una parte de sí mismas y de los demás que parecen ocultas para el resto de las personas, como si por momentos vivieran en una dimensión diferente. Quizás porque son más conscientes  de su cuerpo al que habitualmente no escuchamos, de su entorno que habitualmente pasa desapercibido por la rutina y de la conciencia a la que habitualmente no hacemos ni caso,  de que el mundo está conectado, de que todos tenemos conexiones hasta en los objetos más cotidianos y aparentemente más simples.

De esto trata La trenza de esas redes intangibles  que por desgracia sólo somos capaces de ver a veces en situaciones que nos sitúan cerca del abismo.

La trenza nos habla de las conexiones extraordinarias que hay entre seres humanos y en el mundo que nos rodea. Sólo hay que abrir los ojos, el corazón y la consciencia para darnos cuenta de que están ahí mismo.

Acabé el libro mientras aterrizaba de vuelta de un viaje, normalmente en el despegue y aterrizaje me pongo tensa y empiezo a pensar en todas las catástrofes que  podrían pasar, respiro profundo y cierro los ojos. Pero en esta ocasión cuando quise darme cuenta estábamos tomando tierra, con el libro entre mis manos y el corazón acelerado no por el miedo sino por la emoción. El pasajero que estaba a mi lado un muchacho muy joven subsahariano tan alto que apenas cabía en esos estrechos asientos de los aviones, me miró sonriendo y me dijo:

– ¿Es bonito el libro?.

– Precioso, único,  le contesté.

– Entonces lo leeré

Sacó su móvil, le hizo una foto a la portada y salió con su mochila deseándome buena suerte.

 

 

María Luisa Díez, Médico de Familia, Centro de Salud Cervantes, Guadalajara

Dejar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *