La morfina: simplemente un medicamento útil

La mera mención de la  palabra “morfina” es suficiente para evocar pensamientos negativos e imágenes de miedo en los pacientes a los que se propone su utilización para quitar el dolor de cáncer. Asimismo, algunos profesionales pueden ser reacios a empezar un tratamiento con este medicamento, debido a la falta de formación específica.

Sin embargo, la morfina, así como otros fármacos opioides que actúan en la misma manera (metadona, hidrocodona, oxicodona, hidromorfona, fentanilo, buprenorfina), es un analgésico eficaz y seguro que, usado de forma correcta, consigue controlar el dolor de cáncer en el 90% de los casos. Desgraciadamente, se ha demostrado que las falsas creencias persistentes en la población (y en algunos profesionales) hacia este grupo de fármacos no sólo determinan un uso parcial y, por lo tanto, ineficaz de los mismos, sino que incluso llevan al paciente a rechazar este tratamiento beneficioso y a soportar el dolor.

Intentamos ahora refutar o redimensionar algunos de los mitos y de los miedos más comunes sobre la morfina:

 

MIEDO Nº 1:

La morfina es el “último recurso”. Si el médico la prescribe es porque no hay nada más que hacer y el paciente ha entrado en la fase terminal de su enfermedad. De hecho, tomar morfina causa algo parecido a una “muerte viviente” e, incluso, podría acelerar la muerte.

 RESPUESTA:

Hoy en día la morfina no se usa sólo en la fase terminal y hay pacientes que la toman durante meses o años. Hay evidencia abrumadora que los pacientes en los que se ha conseguido controlar el dolor viven mejor en comparación con los que siguen teniendo alteraciones del sueño y del apetito debido al dolor persistente. El uso correcto de la morfina no reduce la duración de la vida sino que mejora su calidad. Los pacientes sin dolor pueden mantener su autonomía, lucidez y dignidad durante la evolución natural de su enfermedad, sin que de ninguna forma se acelere su curso. La ausencia del dolor estimula la vitalidad del paciente, que puede así moverse, descansar, dormir, comer y hasta responder mejor a los tratamientos específicos para su enfermedad.

La morfina no es símbolo de muerte inminente y se debería  “simplemente” considerar un medio para controlar el dolor en una persona viva.

 

MIEDO Nº 2:

La morfina causa dependencia y adicción.

La morfina causa tolerancia: en poco tiempo la respuesta del cuerpo a su acción se reducirá y, por lo tanto, si se prescribe demasiado pronto, dejará de ser eficaz cuando más el paciente la necesite.

 RESPUESTA:

La dependencia hacia un fármaco analgésico se desarrolla cuando una persona lo toma por razones psicológicas, en ausencia de dolor físico y sin control médico.

La dependencia psicológica a la morfina, o sea la necesidad compulsiva de buscarla y tomarla sin control, es un fenómeno extremadamente raro en los pacientes con cáncer que tomen las dosis recomendadas por su médico. Además, los pacientes en fase avanzada de su enfermedad nunca desarrollan dependencia psicológica a la morfina.  La dependencia física, o sea la manifestación de síntomas de abstinencia al interrumpir abruptamente un fármaco, se evita reduciendo gradualmente la toma de morfina, cuando ya no es necesaria.

La tolerancia o sea la necesidad de tomar dosis progresivamente más elevadas de un fármaco para conseguir el mismo efecto beneficioso, es un fenómeno previsible de los opioides que se puede solucionar aplicando los esquemas de tratamiento recomendados a nivel internacional para controlar el dolor de cáncer (por ej. aumento de la dosis, asociación de analgésicos, cambio a otro opioide o a otra ruta de administración, etc.). Es destacable que, cuando el dolor aumenta, la dosis de morfina se puede incrementar fácilmente, ya que no existe un límite máximo que se pueda alcanzar.  A veces, la necesidad de aumentar la dosis depende del empeoramiento de la enfermedad más que de la ocurrencia de tolerancia y, de hecho, muchos pacientes continúan tomando exitosamente la misma dosis de morfina durante meses sin desarrollar tolerancia.

 

MIEDO Nº 3

La morfina reduce la función respiratoria.

RESPUESTA:

Aunque la depresión de la función respiratoria es uno de los efectos teóricos de los opioides, no suele ocurrir en los pacientes tratados con dolor de cáncer cuando se elige la dosis inicial de morfina de forma apropiada con incrementos graduales de la misma, según esquemas consolidados en la práctica clínica. Este aumento progresivo permite conseguir un equilibrio razonable entre control del dolor y la ausencia de efectos adversos inaceptables. Muchos estudios han demostrado que los pacientes con cáncer que toman dosis elevadas de morfina no desarrollan insuficiencia respiratoria severa.

 

MIEDO Nº4

La morfina causa muchos efectos adversos, en particular nubosidad mental y profunda somnolencia.

 RESPUESTA

La morfina puede dar una leve somnolencia que usualmente se resuelve tras los primeros días o semanas de tratamiento. Si el fármaco se administra de forma correcta no suele dar nubosidad mental de grado severo. Todos los efectos adversos neurológicos que puedan manifestarse (somnolencia, nubosidad, vértigo, etc.) se controlan modificando la dosis.

El efecto más común de los opioides es el estreñimiento, que interesa casi la mitad de los pacientes y no depende de la dosis utilizada. Se debería prevenir usando laxantes, ablandadores fecales, enemas.

El 20-40% de los pacientes padecen náuseas y vomitos, síntomas que podrían ser causados por el dolor mismo. La mayoría de los pacientes desarrolla rápidamente tolerancia hacia este efecto. De todas formas, se pueden controlar usando fármacos específicos.

Sequedad de la boca, hipotensión, sudoración aumentada y picor son otros efectos potenciales de los opioides, que se reducen cambiando el tipo, la dosis y/o la ruta de administración del medicamento, así como garantizar una adecuada hidratación al paciente.

En conclusión, el control del dolor es una prioridad absoluta del tratamiento global de un paciente oncológico y  nadie debería sufrir por el miedo injustificado a la toma de morfina. Todos tenemos el derecho a no padecer dolor y, por lo tanto, a ser tratados con estos medicamentos. El médico siempre debe reconocer el dolor en sus pacientes, proponerles las opciones terapéuticas más valoradas científicamente y despejar sus dudas y preocupaciones relativas a la eficacia y a la seguridad de los fármacos disponibles.

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